sábado, 17 de julio de 2010

Si mi plural no te incluye cuando hablo es porque tengo un ejército

Tras algunos golpes de poca importancia, alzamos piedra a piedra diaria el muro que debía protegernos. A cada nueva piedra confiábamos en su consistencia y dureza, jamás sería derribado...éramos ingenuos, novatos, defendíamos nuestra fortaleza algremente sín ser capaces de percibir la enorme importancia que suponía colocar cada bloque en su sitio, realizar los cálculos con lucidez, extremar las precauciones y revisar día a día su consistencia.

Años después, algunas de las piedras fueron cediendo ante nuestra total tranquilidad, y cayeron. El muro quedó mermado, así como nuestra seguridad tras él, dejando entrever muchos de nuestros tesoros, que por entonces apenas eran algo más que quincalla a nuestros ojos.
Por ello, volvimos a colocar aquellas piedras caídas, sín otorgarles mayor importancia, levantamos con calma nuevamente nuestra barrera.
Ellas por su parte, se dejaron coger con resignación, prefiriendo por entonces haber formado parte de otro muro distinto a aquel nuestro, un muro seguro, con arquitectos expertos y serios, y un ejército de aprendices de sabio, cuya virtud residiera en su prudencia y proyección de futuro.

Tras algunas caídas aisladas de poca relevancia, llegó el día en que abrimos los ojos y tomamos consciencia de que aquella quincalla no era tal cosa, era más brillante y distinta de lo que habíamos percibido hasta entonces, ¿cómo podíamos haber estado tan ciegos? podríamos haberlo perdido todo por ignorantes...durante algunos años retomamos la actividad constructiva tanto que, en lugar de recolocar los bloques derrumbados, optamos por rehacer el telón con nuevos materiales, más resistentes y fiables, y además aplicamos sobre toda la construcción un tinte oscuro, intimidatorio a los ojos de la mayoría, supimos que el aspecto externo puede lograr que algunos marchen antes de librar batalla.



Ahora sí, estábamos en el buen camino, éramos más observadores, nos conocíamos mejor a nosotros mismos y por ende al resto. Éramos más perspicaces, más rápidos, adquirimos una fuerza mayor a la vez que una sabiduría y cautela dignas del anciano consejero de la tribu más temible.
Nos faltaba áun experiencia...hoy día ha quedado demostrado muy a nuestro pesar. Más agotados y desanimados que nunca, fuimos incapaces de defender como se debía nuestro tesoro, y la derrota nos heló los ánimos, se extendió entre nuestras filas sín remordimiento alguno, mermando incluso nuestro número. Esto se prolongó durante varios años.
Años en que nos apartamos del muro, sentados dejábamos penetrar al enemigo a su antojo, éramos tan pobres de espíritu que ni si quiera nos remataban. Nuestra mirada estaba ausente, perdida, un ejército de autómatas sepultados por su propia desilusión y la presencia del enemigo recordandonos cuan estúpidos y débiles habíamos sido.

Ellos no se dieron cuenta del favor que nos hacían, pues nos estaban dando la lección más valiosa, el regalo más grande que un amigo podía hacer a otro...hacernos coscientes de nuestra situación, y de la realidad en estado puro. Y la verdad, aunque no nos beneficie, siempre es el mejor regalo.

Comenzamos a analizar nuestra derrota, causas y actitudes, una vez conocidos los detalles y aclarados tejimos nuestra salida, la solución al problema.
Despertamos del letargo con una energía renovada, más potente que cualquiera hasta entonces, nos levantamos, la mirada del ejército se aclaró y endureció, tanto que nos asustábamos de nosotros mismos al vernos reflejados.
Nos apartamos de aquel lugar para elevar nuestra moral, aquel sitio no era un buen recuerdo y en estas situaciones cualquier amuleto o estímulo juega un papel primordial, todo detalle influiría en nosotros. Levantamos un nuevo muro, más grande, mas fuerte que ningún otro que hubiéramos construido antes, en lugar de tinta, utilizamos materiales rígidos para recubrirlo y darle el aspecto que infundiera temor y respeto.


A día de hoy está nuevo, nosotros tenemos más cicatrices que antes, pero todavía nos queda espacio para las que sabemos que vendrán, no tenemos temor alguno, al revés, las esperamos atentos y preparados, sabiendo que hoy somos más grandes que ayer, y que cuando un nuevo enemigo aparezca, no causará más que alguna piedra caída, nunca una línea entera y mucho menos su base que es ahora nuestro tesoro, lejano de aquella quincalla primera.

No hay comentarios: